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La ultima noche I

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La última noche (I)



- ¿Estás bien?
Bianca alzó los ojos y respondió a su interlocutor con una sonrisa. El parque estaba lleno de gente, abarrotado. Sólo era la sensación agobiante de estar rodeado de una marabunta humana. Sólo eso, dijo.
Sam hizo una mueca de preocupación, pero siguió abriéndose paso entre la multitud. La muchacha lo siguió con dificultad, casi pegada a su espalda, agarrándose a su chaqueta.
Los teloneros habían terminado su actuación y a penas faltaba una hora para el grupo principal. Tras pararse de nuevo, ya a pocos metros de los asientos, Bianca consultó de nuevo su teléfono móvil. Ni un mensaje de Rebeca. Por su culpa habían tenido que esperar al otro lado de los muros del recinto más de una hora, perdiéndose a los teloneros. Por suerte, las entradas estaban numeradas, en calidad de VIP, por cortesía de la ONG del hospital por ser el aniversario de Bianca y uno de sus últimos deseos.
Cuando al fin consiguieron llegar a la grada y encontrarse a salvo en sus asientos, Bianca volvió a consultar su móvil.
- ¿Alguna noticia? - preguntó Sam.
- No - respondió la joven con fastidio -. Ya sabía yo que era una mala idea...
- Como veas, pero fuiste tú quien la invitó.
- Ya lo sé - dijo enfurruñada.
Bianca guardó el móvil, se cruzó de brazos, y se quedó mirando el escenario. Faltaba poco para la actuación principal.
- ¿Cómo te encuentras?
Bianca se sorprendió ante la pregunta. La palidez de rostro de la joven hacía destacar sus ojos, de un tono miel oscuro, y sus labios, ligeramente amoratados. Quizá el corto pero intenso trayecto hasta los asientos habría sido demasiado para la muchacha, pensó Sam.
- Estoy bien - dijo ella, tranquilizadora -. Sólo tengo un poco de frío.
- Sé que me repetiría - dijo Sam tras un rato en silencio -, pero si te encuentras mal en algún momento...
Bianca se lo quedó mirando. Se esperaba que sus padres le dijesen cosas parecidas (de hecho, se lo habían repetido como unas 15 veces antes de salir de casa), de sus hermanos, de la hipócrita de Rebeca... Pero de Samuel, no.
- … Me parece haber visto una ambulancia cerca. Si te pasase algo...
- No te preocupes, estoy bien. Además, si me pasa algo, será por culpa de Rebeca por habernos dejado esperar tanto tiempo fuera. Por eso, si a partir de ahora me envía un mensaje para que vayamos a la salida, no le pienso hacer caso. Tiene la entrada, así que puede venir ella sola.
- Ya saldría yo, mujer...
- No. Que le...

Una explosión, como de fuegos artificiales, pareció el inicio de la actuación. El público rugió, expectante a la salida de sus ídolos. Las luces se habían apagado y Sam y Bianca prestaron toda su atención al escenario, esperando también a los artistas.
Hubo diferentes explosiones de luz, que hicieron enloquecer aún más a los espectadores. Sin embargo, mientras éstos contestaban a las explosiones con entusiasmados aplausos, un extraño olor aceitoso llegó hasta la grada.
Sam y Bianca se miraron el uno al otro. Sam se alzó de hombros y siguió mirando el escenario como si nada. Por su parte, Bianca tuvo una extraña sensación de que algo no iba bien. Aún faltaban unos minutos para que empezara el concierto.
De repente, del centro del recinto, la marabunta que formaba el público empezó a removerse nerviosa, y un resplandor anaranjado empezó a surgir del extremo derecho del escenario.
Una nueva explosión, y una humareda apareció en el fondo del recinto.
Sam y Bianca, y el resto de personas de la grada, se levantaron al unísono, contemplando el fuego que empezaba a salir tras la última explosión.
El griterío de la gente les sacó de su ensimismamiento. El resto de espectadores de la grada empezó a dirigirse hacia el centro, donde los asistentes se empujaban enloquecidos, tratando de salir por la única salida visible.
Sam se giró y cogió del brazo a Bianca, con la intención de dirigirse también hacia allí. Sin embargo, la joven no se movió y, señalándole el tumulto, le dijo algo que por el ensordecedor escándalo no pudo oír. El hombre miró a donde le indicaba su amiga: la gente se agolpaba en la salida, tratando de salir del recinto amurallado. Si ahora metía a Bianca ahí, seguro que la joven no soportaría la tensión, por no decir la asfixia ni los golpes.
Por su parte, Bianca le había cogido de la muñeca y tiraba de él en dirección contraria.
- ¡Bianca, por ahí está cerrado! - gritó él, más para hacerse oír por sobre la algarabía.
- ¡Seguro que tras el escenario hay alguna salida! - contestó ella - ¡Hay que intentarlo; tengo un presentimiento!
- ¡Ya! ¡Ahora nos vamos a fiar de presentimientos, corazonadas y de duendes o unicornios, ¿no?!
- ¡No me parece un buen momento para discusiones filosóficas sobre las creencias de cada uno!
- ¡A mi tampoco!
Al fin, y como la joven seguía tirando de él, Sam decidió seguirla. Tras un último vistazo hacia la salida, comprobó que la gente seguía empujándose tratando de escapar.
Tomó de la mano a Bianca y dejó que ella le guiara hasta llegar cerca del escenario, marchando a su paso lento a causa del cansancio que le producía la enfermedad. Las llamas se habían extendido por toda la parte derecha y prácticamente habían dejado de vislumbrar el fondo del recinto a causa del humo.
Consiguieron alcanzar el escenario y situarse en la parte trasera. A pesar del humo, el fuego aún no había llegado hasta esa zona y pudieron distinguir cómo el personal pareció dejar sus enseres y salir por patas de ahí.
- ¡Mira! - dijo Bianca, con la cara casi tapada por su pañuelo, señalando un par de cajas de aspecto pesado - ¡Parece que la explosión les sorprendió y salieron por aquí! ¡Nadie salió por el escenario!
- ¡La cuestión es saber por dónde han salido! - contestó Sam, y acto seguido le señaló unas botellas metálicas a unos metros de ahí - ¡Y rápido: esas bombonas no me gustan nada!
Consiguieron alcanzar un largo corredor que conectaban lo que supusieron eran los vestidores, y llegaron a un pequeño patio rodeado por un muro donde vieron una puerta entreabierta.
Deshaciéndose de la mano de Bianca, Sam corrió hacia la puerta, la abrió del todo y salió por ella al exterior, donde el parque permanecía tranquilo, ajeno al incendio.
- Me cuesta admitirlo... - intentó decir, tratando de recuperar el resuello -... pero tenías...
Entonces se dio cuenta de que Bianca no estaba.
El siguiente relato tiene algunos retazos que quizá alguien pueda identificar con la realidad; o, al menos, parte de ella. Es de los más tristes que he escrito en mi vida, aunque espero que os guste.
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